De vez en cuando escribo sobre la muerte.
La muerte, la gran olvidada. El gran tabú.
La idea de la muerte cuesta de digerir. Se siente como una bola en la garganta…sobretodo cuando es lo que más temes en el mundo.
Y cuando algo lo temes mucho… cuando algo es lo “peor que podría pasarte a ti o a un ser querido”, desde el miedo más profundo, a veces… te dejas caer.
Te sueltas…te caes al vacío…a lo desconocido.
Solo para darte cuenta de que hay algo que te sostiene.
Siempre.
En los momentos más oscuros, también esta allí.
No sé si tiene nombre, pero te aseguro que hay algo que te sostiene.
Y con la muerte cerca, el tiempo es profundo y se para.
La muerte nos despierta del vivir anestesiados, soñando… A veces, de un portazo.
Y nos despierta para enseñarnos que solo tengo este momento ahora.
Que vivimos acercándonos a la muerte, lo queramos ver o no.
Que tal vez he necesitado a la muerte para que me sitúe en la vida. Para enseñarme a vivir.
Por eso, agradezco a la vida. Y la muerte también.
Porqué me ha enseñado a disfrutar hoy, cuando la vida se despliega.
Porqué un día, mañana, ya no estaré.
Y, tu, tampoco.