Suena el despertador, te levantas y te metes en la ducha pensando en lo que vas a desayunar; al desayunar aprovechas para repasar mentalmente la lista de la compra; en el coche de camino al trabajo recuerdas la discusión que tuviste ayer con tu jefe. Y sigues con tu día, minuto a minuto, con los pensamientos saltando de recuerdos del pasado a la planificación de tareas del futuro. Así, hasta que te vas a dormir.
Vivir con piloto automático, desconectados de las experiencias del día a día, con la mente ocupada en distintas cuestiones al mismo tiempo. Bien es sabido que esta capacidad resulta útil en una sociedad donde el tiempo es un bien escaso, aunque si se utiliza en exceso se pierde la conexión con la realidad, pudiendo causar accidentes o la pérdida de oportunidades que ofrece la vida. Además, mantener el sistema nervioso excesivamente activado la mayor parte del día tiene efectos negativos sobre la salud mental, incrementando la probabilidad de sufrir ansiedad.
¿Y si levantamos el pie del acelerador? ¿Y si nos dedicamos a ver, oír, oler, sentir y saborear lo que nos rodea? ¿Y si dejamos de “hacer” por un instante y simplemente decidimos “ser”? ¿Y si ponemos la atención de nuestra mirada hacia nuestro interior, adentrándonos en nuestras sensaciones y emociones?
De esto trata la práctica del mindfulness, o la conciencia plena. Estar presente, aquí y ahora, para poder recordar dónde estamos y hacia dónde vamos. Estar presentes para observar y reconocer nuestra propia experiencia mientras está sucediendo, aceptando como se desenvuelve sin agregar el sufrimiento por querer que desaparezca o por juzgarla negativamente.
El mindfulness pretende evitar la excesiva rumiación o preocupación. Esto resulta importante ya que la evidencia ha mostrado que mientras el mindfulness se relaciona con un estado de ánimo positivo, la rumiación se suele relacionar con un malestar emocional asociado a cuadros de ansiedad y depresión. Como indica un conocido estudio realizado en la Universidad de Harvard, nuestras mentes están divagando o rumiando sobre el pasado o futuro aproximadamente un 47% del tiempo y, la mayoría de las veces en que la mente se encuentra divagando, el contenido es negativo.
En los últimos 30 años se han realizado numerosas investigaciones en universidades muy prestigiosas que reconocen los efectos biopsicosociales del mindfulness sobre la salud mental y física, mostrando mejoras en el sistema inmune, la tensión arterial, la psoriasis, la ansiedad social, y la depresión.
En el caso de las emociones, la observación consciente y sin juicio de las sensaciones asociadas a un estado emocional ayudan a disolver las reacciones automáticas que la suelen acompañar. Es decir, si experimentamos ansiedad o irritabilidad y aceptamos esta sensación, sin tratar de evitarla, no agregamos más sufrimiento a la experiencia ni la magnificamos. Además, la práctica del mindfulness posibilita que identifiquemos la emoción con mayor rapidez y claridad, lo que nos permite poder decidir si vamos a reaccionar o no ante una situación de forma impulsiva y automática. Por lo tanto, a medida que se fortalece el sistema de auto-observación y auto-regulación de la propia conducta se favorece el uso de estrategias de afrontamiento eficaces que nos ayudan a adaptarnos a los cambios que nos suceden.
De la misma forma que ejercitamos nuestro cuerpo para mantenernos saludables y tonificados, el entrenamiento mental mediante prácticas como el mindfulness podría contribuir a mejorar nuestra salud mental y física.